Primero que nada, ¿qué es una adicción? Hay actividades o sustancias que nos da una sensación placentera. Cuando no encontramos ese placer sin la sustancia o actividad, se puede decir que estamos frente a una adicción.

Los seres humanos podemos llegar a tener conductas adictivas que no tienen que ver con ingerir drogas, alcohol o tabaco. Un ejemplo de ello es la adicción a los videojuegos, al celular, a las series, a la pornografía, a las compras… en realidad, vienen en muchas formas.

Toda conducta adictiva genera consecuencias en la gente alrededor, pero cuando hablamos de una adicción perjudicial para la salud de la persona, el impacto que eso puede llegar a tener en sus allegados es mucho mayor: estamos hablando de una conducta autodestructiva que puede mermar el bienestar de otros.

La adicción, del tipo que sea, puede llegar a afectar la seguridad, el autoestima, la percepción de “bueno” y “malo”, la credibilidad que tienen en ti e incluso la salud de estos seres cercanos, cuando hablamos, por ejemplo, de fumar en el mismo espacio que compartimos con otros o de las reacciones violentas y/o peligrosas que esas adicciones generan en el adicto.

Un vacío incontrolable

Las adicciones, por lo general, son a causa de un vacío. Todas las personas queremos ser felices, pero cada quién encuentra diferentes maneras de serlo y lo positivo o negativo de esas formas depende mucho de las herramientas emocionales con las que cuenta cada quién. Para poder actuar sobre nuestras carencias de la mejor manera y tomar decisiones acertadas para la vida, siempre podemos trabajar con la conciencia y la fuerza de voluntad, pero cuando el caso ya es muy fuerte, lo mejor es buscar ayuda profesional para dejar de afectarnos tanto a otros como a nosotros mismos. Hablando de eso, ya dijimos en qué puede afectarles a otros la adicción de una persona, pero… ¿Cómo puede afectalos? 

Transmitimos lo que somos

Nunca sabemos hasta dónde puede llegar cada acción o palabra que externamos. La imagen que proyectamos tiene todo que ver en la influencia que ejercemos sobre otras personas. ¿Es correcto decirles a mis amigos que no fumen hierba si yo me embriago cada fin de semana? ¿Puedo a pedirles a mis hijos que no usen el celular tanto tiempo si yo paso el mismo lapso mirando televisión? Pueden parecer cosas que no tienen nada que ver con la otra, pero ambas son conductas adictivas que mostramos y que mandan una señal a quienes nos rodean. Para poder exigir, corregir o mejorar a otros, tenemos que tener la congruencia necesaria para hacerlo con nosotros mismos.

Ni víctimas ni victimarios

Hay un punto importante que aclarar. Las personas con una adicción, antes que cualquier otra cosa, son justo eso: personas. A todos nos pasan cosas y nos afectan de manera diferente; cada quién actúa como sabe y como puede, y somos nosotros los que, desarrollando las herramientas emocionales y conocimientos necesarios, podemos elegir qué tanto nos afectan lo que pasa y cómo reaccionamos a ello. Pero, independientemente de si hacemos o no lo correcto, hay algo cierto: la culpa no es una buena aliada en el camino de la evolución personal. 

Antes que flagelarnos por lo que hemos hecho mal o por el ejemplo negativo que hemos dado a otros, hay que entendernos, saber de dónde viene todo esto. Lo mismo funciona del otro lado: antes que señalar y denigrar a una persona que sufre de adicción, hay que entenderla no como alguien que intrínsecamente busca hacer daño a otros, sino más bien como alguien que necesita ayuda.

Ante todo, hay que tener conciencia de que, lo que le damos al mundo, es lo que tenemos dentro; nadie puede dar lo que no tiene. La mejor manera de ayudar, empoderar y crecer a nuestros seres queridos empieza por tomar la mejor decisión para nosotros mismos.

Estamos contigo, siempre.

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